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lunes, 28 de marzo de 2011

Lo que tú eres, te determina.‏


NAN MYOJO RENGUE KIO
NAMASTE
Than kibhen





Una estructura corporal fina revela rasgos nobles, el hombre es de conducta delicada, desinteresada. Su ritmo corporal es armonioso y equilibrado. Eso se manifiesta en su comportamiento armonioso. Todo su ser irradia una sinfonía interna de paz divina y de silencio profundo. Todo lo que este hombre hace, lo realiza con ligereza y dinamismo, porque está lejos de su ego inferior. El conoce y vive su verdadero ser.

No importa lo que él toque o coja con sus manos, sus actos están inundados de armonía interna. Todo su ser es equilibrado. La conducta de un hombre tal da testimonio de un carácter superior, su cuerpo es armonioso, los rasgos de su rostro son hermosos.

Su mundo de sensaciones y pensamientos es puro, porque su interior ha llegado a ser puro. Sus palabras son generosas, no hieren, sino que están plenas de amor desinteresado. Todo lo que hace un hombre así, lo realiza desde dentro, porque su forma de ser es noble y buena. Su vida está ordenada y su conducta es irreprochable: moralmente es intachable. El mundo de sensaciones y de pensamientos del hombre constituye entonces su irradiación, es su estructura.

Quien se reconoce a sí mismo, reconoce también a su prójimo. Quien vive solamente en el mundo terrenal de sensaciones y pensamientos, es egoísta e inconsciente del todo universal, de la cercanía de Dios. Nunca podrá conocer a su prójimo, porque él mismo no se conoce. Los hombres que reflexionan mucho sobre sí mismos, cuyo mundo mental está profundamente ligado a pensamientos sobre bienes y deseos materiales, que piensan sólo en cómo pueden aumentar su posesión y satisfacer sus deseos, son egoístas, se hacen duros de corazón. La inclemencia del yo personal se manifiesta también en sus palabras, en su forma de hablar, en sus gestos, en todo su comportamiento.

Hombre, si te quieres reconocer, obsérvate en lo que sientes y piensas; en cómo hablas. Si tus palabras son rudas, si empleas términos fuertes y palabras vulgares, puedes reconocer en ellos tu forma de ser.

Te reconoces entonces a ti mismo. Tu estructura es tosca. Y como es ella, así es tu alma: envuelta en pensamientos egocéntricos y en vanas ilusiones.

Si el hombre es tajante, que examine sus palabras, para comprobar cómo manifiesta su determinación, si en ella vibra la tolerancia o la intolerancia.

Reconócete, oh hombre, en la forma en que te acercas a tu prójimo: ¿Aceptas a tus semejantes, los toleras o los rechazas? ¿Evitas toda posibilidad de comunicación? Examínate entonces, pues en ello te reconoces a ti mismo y sabes quién eres.

Si estás enemistado con tu prójimo, con tu vecino, con tu colega de trabajo, busca la razón de la desavenencia. Ni el vecino ni el colega de trabajo son lo que tú piensas de ellos, sino que eres tú mismo, en tanto les critiques una y otra vez y te alteres por su modo de hablar y de actuar. Tú ves en ellos sólo lo que aún tienes en ti, o lo que quisieras tener y no posees.

Lo que tú piensas sobre tu prójimo, cómo hablas de él, dice quién eres. Tu prójimo es tu propio espejo.

Si te desagradan las características y la conducta de tu prójimo, su conversación y sus obras, su mímica, su forma desarmoniosa y desafiante de hablar y te sientes molesto por eso, pregúntate por qué te irrita tu prójimo. ¡Reconócete en tu irritación, pues en ti existe lo mismo o algo similar!

También los sentimientos de culpa con respecto a tu prójimo, una actitud posesiva o envidia pueden provocar excitación en ti.

Lo que tú piensas en el momento de encontrarte con tu prójimo no tiene que ser necesariamente la causa. El pensamiento puede ser sólo una ramificación de la causa misma, la cual está en lo profundo de tu ser.

Examínate, entrégate al Espíritu eterno y libérate de ti mismo, de tu yo inferior.

Por tanto, si estás disgustado e incluso irritado con tu prójimo, es que él te ha herido con su modo de gesticular, con su mímica, con su forma de conversar y con otras cosas semejantes. El ha activado en ti una analogía, ha hecho vibrar un campo de energía que ha provocado en ti las mismas sensaciones y los mismos pensamientos, es decir, resonancias.

Si te alteras por los gestos de tu prójimo, puedes estar seguro de que él ha provocado en ti la vibración de una analogía. Pregúntate si te sientes descubierto por él, tal vez él ha reconocido y descubierto lo que escondes, es decir, lo que no quieres mostrar.

O tú lo envidias por su forma de ser o por las cualidades de su carácter, debido a que él tiene en sí lo que a ti te falta, y tú quisieras poseer. En este caso no examines solamente tus pensamientos o tu modo de hablar, sino profundiza más. Tu mundo de sensaciones te dice más que tus pensamientos y tus palabras.

El hombre se puede reconocer a sí mismo de múltiples maneras. Cada excitación que te provoque tu prójimo, también cada contrariedad, muestra que en ti existe lo mismo o algo parecido, o que envidias de él aquello que no posees.

Si te irrita por ejemplo la forma de hablar de una persona, la dureza de sus palabras, o tal vez la irradiación desarmoniosa de su ser, te tienes que preguntar qué es lo que te hace reaccionar así: ¡seguramente lo mismo o algo similar!

Si por ejemplo esperas más amor de tu prójimo, pregúntate por qué. Si tuvieses suficiente amor radiante y desinteresado, éste fluiría de ti y no necesitarías preguntarte ni pensar por qué tu prójimo tiene tan poco amor. Te tienes que confesar a ti mismo que tú careces de amor cuando hables de la insensibilidad de tu prójimo.

Si vives movido por el deseo de tener y poseer muchas cosas, significa que quieres solamente recibir y no dar nada. En esto puedes también medir tu interior.

Si estableces pretensiones posesivas, estás interiormente empobrecido. Tienes por tanto, poca sabiduría de la vida y poca energía divina. Examínate y sé sincero contigo mismo; entonces reconocerás quién eres.

Quien permanece en actitud de espera, está dispuesto sólo a recibir. Si por su propio carácter cosecha algo igual o parecido, es decir, dureza, desarmonía, calumnias y cosas semejantes, puede reconocerse a sí mismo con motivo de su irritación.

Cada persona es al mismo tiempo emisor y receptor. Quien esté en actitud de espera, está programado para recibir. Entonces le afecta todo aquello que también está en su interior como analogía, como parte de su naturaleza. Se irrita por personas que poseen lo que él no tiene, o que hieren su ego, es decir su ideología, que él no quiere mostrar porque deja al descubierto su personalidad, así como él es.

Ambos aspectos tienen que ser considerados, la naturaleza semejante que revela que existe algo parecido, o la analogía, que muestra la igualdad de modos de ser y de los diferentes rasgos de carácter existentes.

Quien viva en este desconcierto interno, cuyo consciente y subconsciente estén despolarizados por pensamientos y actos egoístas, no se realizará a sí mismo. Es un ser dividido que vive sometido a diversas influencias, o sea, que es una marioneta de aquellas personas que lo alteran, que él quisiera imitar, y al mismo tiempo de diversos campos de energía situados fuera de la atmósfera terrestre.

Quien vive en esta discrepancia, tiene finalmente que admitir: me disgusto debido a mis propias analogías. Por tanto, quien se moleste por la dureza e insensibilidad de otros, posee lo mismo o algo parecido en su interior: dureza e insensibilidad.

Lo que el hombre espera de su prójimo, no lo posee él mismo. Aquello sobre lo cual se irrita, existe igualmente o en forma similar en él.




Estracto de: Lo que piensas y hablas, tu forma de comer y lo que comes, muestra quién eres.
La palabra de Dios para nosotros manifestada por el Querubín de la Sabiduría divina, el hermano Emanuel.

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